El mal no conoce de tiempos. Tal vez mi querido lector, si debiera resumir de alguna manera la historia que estoy a punto de plasmar en este papel, esa sería la mejor opción. Empezó todo con una carta en mi buzón. Me dirigía a casa luego de una extensa jornada. Con un gran dolor de cabeza y dientes apretados noté que había una pequeña carta con mi nombre en el destinatario. Entré a casa, me hice un té y me dispuse en la mecedora de mi sala de estar a leer aquella nota. Era raro, uno no esperaría en estos tiempos recibir una carta manuscrita y aún así, ahí estaba.

Había sido redactada de manera bastante cuidada, con letra prolija y un tono bastante formal:


“Estimado Sr. Brown:

Tengo el agrado de dirigirme a usted y extenderle una invitación formal para asistir a mi hogar cuando usted crea más conveniente. He adquirido recientemente una reliquia perteneciente a antepasados de su familia que creo debería revisar. Deseando nos deleite con su presencia, lo esperamos en Venitud 3967.

                                                                                                           *Lo saluda, Sr. Renovou .”*

Debo admitir que una mezcla de emoción y sorpresa me invadió en aquel momento. Pocos datos tenía yo de mi familia, pues fui criado por mi madre sin conocer a ninguno de sus padres. Sobre mi propio padre, siempre fue un enigma. Mamá no quería hablar de eso, y jamás quise presionarla demasiado, pues para ser franco no era algo que me interesara en su tiempo. Hoy en día me arrepiento de no haber forzado esa conversación, tal vez las cosas serían distintas. Por tanto, esta era una oportunidad única, aunque aparecían más preguntas que respuestas, principalmente sobre este extraño remitente y la información que podría tener de mis antecedentes familiares.

Sin esperar demasiado, al otro día diagramé mi visita al salir de mi trabajo, que afortunadamente quedaba solo a un colectivo y unos 15 minutos de distancia de aquella dirección. Una casa antigua se alzaba ante mi, construida con piedras que ni una topadora parecía poder derrumbar. Marcando la entrada,una gran arcada del mismo tipo de piedra que resguardaba una puerta de madera en cuya parte central tenía tallado un signo que no pude reconocer pero de alguna manera me resultaba familiar. Toqué la puerta porque no vi ningún timbre. Los segundos se transformaron en minutos cuando decidí insistir. Justo antes de dar el segundo golpe escuché un cerrojo abrirse. Era una mujer entrada en años la que abrió la puerta y me inspeccionó de arriba a abajo antes de que pudiera siquiera presentarme.

¿Si?- dijo la anciana. -Buenos días señora, estoy buscando al señor Renovou. Ayer recibí esta carta de él en mi correo-

La señora agarró la carta, la leyó en instantes, alzó la mirada y me dijo con voz extrañada:

Lo lamento, pero mi marido no podrá atenderlo, pues hace ya unos años que nos ha abandonado. ¿Está usted seguro que esta carta la recibió ayer?-

No debo haber podido disimular mi sorpresa al escuchar sus palabras, pero ella no parecía tan sorprendida, considerando las circunstancias.

Pero que mala educación de mi parte, pase caballero, estoy seguro que mi Georgi habrá dejado alguna pista de por qué lo citó-

Ingresé a la casa sin saber bien qué iba a encontrarme dentro, pero para mi asombro, la casa era bastante moderna (al menos comparándola con su apariencia exterior). Perfectamente ordenada, casi como el set de una película.

La señora Renovou empezó a contarme la historia de cómo ella y su esposo habían adquirido la casa hace ya 30 años y todo el proceso de renovación. Su marido era un coleccionista de antigüedades y fanático de la genealogía local, pero después de su muerte y con el pasar del tiempo, la gran mayoría de su colección fue donada al museo de la ciudad o a las familias herederas de dichas reliquias. Ahí es donde yo encajaba en todo esto. Al parecer, yo era el último de su lista, el dueño de la última pieza de su colección. Aún con toda esta explicación, no entendía como esa carta había llegado a mi de las manos de una persona muerta ya hace años, pero quise evitar el tema dado que sentía cierta incomodidad con toda la situación. Nunca fui bueno para lidiar con la muerte, ni de mis familiares ni de los ajenos, por lo que mientras antes dejara de escuchar comentarios de la viuda que forzaran lágrimas en sus ojos, mejor. La señora revisó una pequeña lista que sacó de lo que supongo sería el despacho de su fallecido esposo. Acto seguido, me guió hacia el primer piso. Doblando a la derecha y al final de un pasillo bastante largo llegamos a un cuarto relativamente pequeño. Un atril tapado por una sábana en un rincón contenía un cuadro y al destaparlo he de admitir que un pequeño escalofrío recorrió mi espalda.

No era para nada una pieza de arte que catalogaría como bella. Más bien, todo lo contrario. Predominantemente compuesta por tonos verdosos, azulados oscuros y amarillentos, combinados de una manera que resultaba muy desagradable, como si transmitiera una extraño sentimiento de humedad y antigüedad, atreviéndome a decir que casi podía oler esta sensación. El cuadro no brillaba tampoco por sus características artísticas, siendo bastante simple: una figura de extrañas proporciones, con un cuello y manos alargadas totalmente ensombrecidas y detrás de este una casa de similares características a la de la viuda, pero de distinta arquitectura, tal vez alguna antigua vivienda demolida en el frenesí constructor de las empresas modernas locales.

-¿Extraña pieza, verdad?- exclamó rompiendo el silencio que se había producido al destapar la obra - Mi Georgi estaba obsesionado con ella, pero después de que murió pude darme el gusto de taparla bajo la sábana y encerrarla en esta habitación. Nunca pensé realmente que tuviera intenciones de donarla, era una de sus piezas favoritas-

¿Sabe algo de ella, señora?- Más allá de lo poco agraciado de la pintura, claramente tenía alguna relación con mi familia, motivo que me trajo a este encuentro.