La palabra “comunidad” es un concepto ambiguo que da lugar a muchas interpretaciones.
En nuestro día a día nos encontramos con infinidad de comunidades: la comunidad de trabajadoras de una empresa, la comunidad de fans en torno a una marca comercial, la comunidad científica o tu comunidad de antiguos alumnos de la universidad.
Si salimos del ámbito profesional y académico, también nos topamos con las comunidades religiosas, la comunidad de un foro sobre videojuegos o -un poquito de por favor- tu comunidad de vecinos.
Durante décadas, el único paso para formar parte de una comunidad era completar un formulario de inscripción (a veces pagando una más o menos generosa cuota) y… ¡a disfrutar!
Como mínimo, sabías que dentro de esa comunidad te ibas a encontrar personas con unos intereses parecidos a los tuyos porque, al fin y al cabo, habéis acabado apuntadas en el mismo sitio. Además, esperas que sucedan cosas.
Sin embargo, desde hace unos años, vivimos en un mundo muy acelerado en el que consumimos y producimos a ritmos vertiginosos, lo cual provoca también que las personas nos juntemos y nos separemos al mismo ritmo.
Haber crecido con internet bajo el brazo ha facilitado que las personas más jóvenes pertenezcan a muchas comunidades a la vez. Si acceder a una comunidad nueva es tan sencillo como abrir una pestaña del navegador y registrarte en dos minutos, podemos entrar y salir de cada una a conveniencia.
Uno de los factores clave es que estas nuevas comunidades no se juntan solamente por intereses (el qué) sino también por valores (el porqué). Simplemente, conectan en el plano emocional o intelectual, tienen formas de pensar o de trabajar similares y comparten los mismos códigos éticos. En definitiva, quieren hacer cosas juntas. Y ya verán cuáles.
Tras ya unos cuantos años formando, gestionando y viviendo comunidades desde todos sus ángulos, se me ha ocurrido rescatar algunos de mis aprendizajes para aquellas personas que quieran empezar a crear una comunidad con esta nueva filosofía o, simplemente, para quienes tengan curiosidad por saber cómo conseguimos que un grupo de personas monten saraos juntas.
Estos son los doce mandamientos para una comunidad que intenta ser sana:
- El primer cuidado empieza en ti. Muchas personas se vuelcan tanto en ofrecer su tiempo y su energía hacia las personas de una comunidad, que se genera el efecto rebote: esa persona acaba quemada porque no se ha cuidado a sí misma y, a la larga, la comunidad lo acaba resintiendo. Ser un poquito egoístas es necesario para vivir en colectivo.
- No me vendas tus palabrerías. Las personas tienen que enterarse de qué va la copla de una comunidad. Generemos imaginarios visuales y narrativos claros, que se entiendan de un plumazo, con los que puedan empatizar, pero también hacer memes, chistes internos, incluso pensar un enemigo/rival simbólico en común. Todo eso crea sensación de equipo.
- Une los puntos. A esto le llaman sinergias pero precisamente es un término de esos que ya está exprimidísimo. El valor de tener a perfiles muy diversos en una comunidad no son sólo esas personas a nivel individual, sino la oportunidad que tienen para conectar entre ellas. Conozcamos al resto de gente para saber a quiénes tenemos que presentar y que surja la magia (y más cosas).
- Los canales de la vida moderna. Qué fácil sería comunicar todo por paloma mensajera, ¿verdad? Sin embargo, vivimos rodeados de redes sociales y canales digitales pero, ¿por qué tenemos que elegir uno solo? Una comunidad diversa necesita canales diversos, y su propio uso o desuso va a mutar con el tiempo. No nos casemos con una herramienta ni lloremos cuando deja de estar de moda.
- Lo de la parálisis por análisis. A veces entramos en una comunidad con mil ideas pero creemos que no debemos ejecutarlas hasta que no las hayamos valorado desde todas las ópticas filosóficas, éticas y existencialistas posibles. Si le damos demasiadas vueltas a las cosas, se nos acaba pasando el momentum de energía. Hay que lanzarse para poder equivocarse y aprender.
- …pero tampoco fallemos aposta. Equivocarse es indispensable, pero tropezar dos veces con la misma piedra es masoquismo. Si ya tenemos precedentes de que algo no funciona, heredemos esos conocimientos a las nuevas personas para que el camino siga construyéndose. Darse de leches no es la única manera de aprender, aunque algunos gurús nos quieran meter ese mantra en la cabeza.
- El laboratorio de experimentos. Un punto medio para solucionar los dos asuntos anteriores es definir claramente qué partes de la comunidad son más “intocables” (y que quizá dependan sólo de un pequeño equipo con experiencia) y en cuáles otras debemos crear “sandboxes” controlados para que cualquier miembro pueda expresar su creatividad sin filtros y proponer cualquier locura que se le ocurra.
- La horizontalidad no siempre es positiva. Este concepto tan de moda hoy en día nos invita a crear debates abiertos ante cada toma de decisión pero, si estamos hablando de un tema específico, ¿no deberíamos escuchar con más atención a la persona experta en ello? Repartir roles, distribuir tareas o especializarse no atenta contra la horizontalidad, es la base de ella.
- Diferenciemos ideas de personas. Esto es una máxima de cualquier proceso creativo, pero nunca nunca nunca, opinemos sobre una idea con argumentos ad hominem, aunque sea la más absurda del mundo. Una crítica inoportuna puede ser suficiente para que una persona se sienta excluida. Es necesario generar una cultura interna de la opinión y la (sana) discusión, lo cual no es tan habitual en nuestra sociedad actual.